domingo, 18 de mayo de 2008

El último periodista asesinado en Cuba

Para que luego hablen de la "persecución política" hacia los "periodistas" cubanos (pongo lo de periodistas entre comillas porque muchos no llegan ni a eso), aquí va un interesante artículo publicado en la revista "Cuba Socialista".


El último periodista asesinado en Cuba

Carlos Bastidas Argüello era un periodista ecuatoriano que llegó a Cuba en 1958 y logró ascender la Sierra Maestra, establecer contacto con las fuerzas del Ejército Rebelde, e incluso sostener un encuentro con el Comandante en Jefe Fidel Castro. Fue, además, un colaborador de las primeras emisiones de Radio Rebelde. A través de esta radio de onda corta, y bajo el seudónimo de Atahualpa Recio, se comunicó con el pueblo cubano y se identificó, de tal manera, con la lucha del Movimiento 26 de Julio para alcanzar la independencia verdadera y la libertad de Cuba.

Bastidas junto a Fidel en la Sierra Maestra en 1958.

Tenía entonces solo veintitrés años de edad, pero ya presentaba un aval periodístico importante, pues había reportado para distintos periódicos del Ecuador grandes acontecimientos como los sucesos de Hungría en 1956 y las caídas de las dictaduras de Rojas Pinilla, en Colombia, y de Pérez Jiménez, en Venezuela.

No llegó a Cuba buscando solo una gran noticia, la caída del también dictador Fulgencio Batista, o hacerse de un nombre que le abriese todavía más las puertas del periodismo en el continente. Encontró en nuestro país una verdadera revolución, un ideario identificado con la causa de los humildes, los oprimidos, los explotados y los discriminados y quedó atrapado totalmente por la magia de la revolución cubana en el mes y medio que estuvo en la Sierra Maestra. Su espíritu juvenil fue conquistado por completo por la revolución, y por eso vivió en la Sierra como un revolucionario más, contaría después el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, con quien coincidió en el escenario principal de la lucha armada del pueblo cubano.

Retornó a La Habana el 11 de mayo, con el propósito de viajar tres días después a Estados Unidos desde donde pensaba denunciar los crímenes de la aviación de Batista contra comunidades rurales. Se alojó en un hotel cercano al Paseo del Prado, visitó el Colegio Provincial de Periodistas de La Habana y también estuvo en la embajada ecuatoriana en la capital, donde entregó al entonces embajador Virgilio Chiriboga los rollos con las fotos que había tomado en la Sierra Maestra, entre otros documentos.

En la noche, víspera de su partida, se dirigió a un bar situado en la Avenida del Prado, entre Virtudes y Neptuno, donde iba a recoger algunas cartas de militantes del 26 de Julio para lIevarlas a exiliados cubanos en Estados Unidos. Mientras aguardaba, sentado dentro del local, un agente secreto de Batista, al servicio de Pilar García, jefe de la Policía Nacional, comenzó a injuriar al periodista ecuatoriano y después a golpearlo, antes de sacar su revólver y dispararle a mansalva un tiro en la cabeza. Bastidas quedó agónico, desangrándose.

De ese brutal asesinato no se publicó una línea en la prensa cubana de la época, sometida a la más férrea censura. El cuerpo sin vida de Carlos Bastidas fue llevado al Necrocomio por órdenes de la policía. El Colegio de Periodistas de La Habana supo de lo ocurrido y logró, tras muchos tropiezos, que tres días después le entregaran el cadáver, que fue velado en la funeraria de Calzada y K y sepultado al día siguiente en el panteón de los periodistas, en el Cementerio de Colón.

Carlos Bastidas Argüello fue el último periodista asesinado en Cuba por ejercer su oficio.

Durante los cincuenta años de Revolución ningún periodista, ni cubano ni de otro país, ha encontrado la muerte violenta en Cuba en razón de sus opiniones. Son puras mentiras y calumnias lo que propagan los enemigos de la Revolución sobre periodistas asesinados, desaparecidos o torturados en Cuba. Aquí se ha garantizado plenamente la integridad física de los periodistas, a diferencia de lo que ocurre en muchos otros países.

En el mundo la violencia contra los periodistas no ha cesado. En los últimos veinticinco años, casi mil colegas en América Latina han pagado con su vida el ejercicio del derecho de opinar. La gran mayoría de estos crímenes queda impune, como ocurrió con el asesinato de Carlos Bastidas en 1958. Sus autores lograron escapar y hallaron refugio seguro en Estados Unidos.

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