sábado, 30 de enero de 2010

To Shoot an Elephant

Éste es un testimonio impactante de uno de los pocos periodistas occidentales que permaneció en Gaza durante la ofensiva israelí contra su población, llamada "Operación Plomo Fundido" que inició en diciembre de 2008. Tras ver tan sólo fragmentos del documental uno se pregunta cómo es posible que el mismo pueblo judío que sufrió sobre sus carnes crímenes atroces durante el siglo pasado sea capaz de inflingir sobre otro pueblo humillaciones y crímenes semejantes. Observando la vileza e insensibilidad de los dirigentes israelíes, el racismo y la supremacía del sionismo, nos preguntamos qué diferencia hay entre el genocidio judío perpetrado por los nazis y el genocidio palestino que estas ex-víctimas perpetran cotidiamente contra los palestinos. Paradojas de la Historia o, lo que es peor, deshumanización del ser humano. No se me ocurre otro tipo de explicación...

Les dejo el enlace a esta película valiente y necesaria que se puede ver gratuitamente y también descargar para su proyección pública (algo que alabar a sus autores) pero que también se puede comprar para apoyar la causa. Desde luego que hay que tenerlos bien puestos para permanecer en Gaza por voluntad propia mientras llueven bombas a tu alrededor. Pero, como nos muestra la película, hay mucha gente dispuesta a sacrificar su bienestar personal para ayudar en la denuncia de esta ignominia. Por suerte para la humanidad, todavía quedan especímenes salvables.

Para más información sobre los autores, el proyecto y demás, ahora sí, va el enlace:

http://www.toshootanelephant.com/es


Cuba para la reflexión

Por SANTIAGO ALBA RICO, CARLOS FERNÁNDEZ LIRIA, BELÉN GOPEGUI Y PASCUAL SERRANO

Estos son tiempos para la reflexión en economía. Tras algunas décadas de predominio neoliberal patrocinado por la escuela de Chicago, la economía mundial se encuentra frente a una crisis de consecuencias imprevisibles, pero en cualquier caso gravísimas. Lo mínimo que se podría pedir al espíritu científico es cambiar los paradigmas, invertir las evidencias, reaccionar, en suma, ante esta bancarrota intelectual que impidió diagnosticar y prever la catástrofe que se avecinaba. ¿Es eso lo que se está haciendo?

Hemos conocido distintas versiones más o menos destructivas del capitalismo, lo mismo que del socialismo. Pero, respecto a la lógica interna que distingue a uno del otro, hay algo que debería hoy interesarnos vivamente. El socialismo puede dejar de crecer, el capitalismo no. El socialismo puede ralentizar la marcha, el capitalismo no.

Pensemos en el ejemplo de Cuba. Al hundirse la URSS, Cuba perdió repentinamente el 85% de su comercio exterior. Su producto interior bruto decreció nada menos que un 33% en términos absolutos. Uno puede hacerse una idea de la catástrofe si se piensa que en Europa nos echamos a temblar ante la perspectiva de perder un punto en el crecimiento previsto. Y a ello se unió un endurecimiento del bloqueo estadounidense. Sin embargo, la gente no murió de hambre en Cuba, no perdió sus zapatos, ni su educación, ni su seguridad social, ni tampoco su dignidad. Lo pasaron muy mal, pero no se enfrentaron al fin del mundo como habría ocurrido con semejantes indicadores en los países capitalistas.

En medio de la actual sacudida, cuando el capitalismo destruye cuerpos en África y puestos de trabajo en España, cuando erosiona sin remedio las condiciones de habitabilidad del hogar humano, cuando para ello tiene al mismo tiempo que recurrir al lubricante de las mafias, al estímulo de los integrismos religiosos, a la restricción de los derechos laborales y al recorte de las libertades, en ese momento, todas las miradas se dirigen, en efecto, hacia Cuba… pero para condenarla y hostigarla. ¿Por qué? ¿Qué pasa allí? ¿El récord de muertos en un solo día? En México. ¿El de sindicalistas y periodistas asesinados? En Colombia. ¿El de pogromos racistas contra inmigrantes? En Italia. ¿Homofobia? En Polonia. ¿Xenofobia institucionalizada y leyes raciales? En Israel. ¿Fanatismo religioso y machismo criminal? En Arabia Saudí. ¿Control de las comunicaciones, suspensión del habeas corpus, tortura, secuestros, asesinatos de civiles? En EEUU. ¿Malos tratos a detenidos, periodistas e intelectuales procesados, periódicos cerrados, corrupción galopante, inmigrantes en centros de internamiento? En España.

Bien, aceptemos que, en este cuadro dantesco, Cuba es apenas un “mal menor”. El que desde Europa y desde España se preste tanta atención negativa al país con menos problemas del planeta –como ha hecho el diputado Luis Yáñez (Público,
9-1-10)– demuestra de sobra, en todo caso, que no es lo malo de Cuba lo que se censura, sino lo que en Cuba se opone a esta lógica dantesca y a sus efectos; es decir, lo que tiene precisamente de bueno.

Los economistas Jacques Bidet y Gérard Duménil recuerdan que lo que salvó al capitalismo en las primeras décadas del siglo pasado fue la organización; es decir, la misma planificación que los liberales identifican horrorizados con el socialismo. Gobiernos e instituciones planificaron sin parar, como siguen planificando ahora, aunque lo hicieron para conservar y aumentar los beneficios y no para conservar la vida y aumentar el bienestar humano. Pero la planificación es ya, como quería Marx, un hecho. Basta sólo cambiarla de signo. En los últimos 60 años, la minoría organizada que gestiona el capitalismo global se ha visto apoyada, a una escala sin precedentes, por toda una serie de instituciones internacionales (el FMI, el Banco Mundial, la OMC, el G-8, el G-20 etc.) que han concebido en libertad, y aplicado contra todos los obstáculos, políticas de liberalización y privatización de la economía mundial. El resultado salta a la vista.

¿Y si planificásemos al revés? ¿Y si prestásemos un poco de atención positiva a Cuba? Esto no lo hemos probado aún, pero lo que intuimos en la actualidad es más bien esperanzador: a partir de una historia semejante de colonialismo y subdesarrollo, el socialismo ha hecho mucho más por Cuba que el capitalismo por Haití o el Congo. ¿Qué pasaría si la ONU decidiese aplicar su carta de DDHH y de Derechos Sociales? ¿Si la FAO la dirigiese un socialista cubano? ¿Si el modelo de intercambio comercial fuera el ALBA y no la OMC? ¿Si el Banco del Sur fuese tan potente como el FMI? ¿Si todas las instituciones internacionales impusiesen a los díscolos capitalistas programas de ajuste estructural orientados a aumentar el gasto público, nacionalizar los recursos básicos y proteger los derechos sociales y laborales? ¿Si seis bancos centrales de Estados poderosos interviniesen masivamente para garantizar las ventajas del socialismo, amenazadas por un huracán?

Podemos decir que la minoría organizada que gestiona el capitalismo no lo permitirá, pero no podemos decir que no funcionaría. Según una reciente encuesta de GlobeSpan, la mayoría que lo padece (hasta un 74%) apuesta ya por otra cosa.
En su artículo, el diputado Yáñez decía amar a Cuba. Por eso, le deseaba lo mejor: incorporarse al capitalismo, justo cuando este ha demostrado su fracaso y su incompatibilidad, al mismo tiempo, con el bienestar humano y con la democracia, con la dignidad material y con el derecho. Nosotros no amamos a Cuba: respetamos a sus hombres y mujeres por lo que han hecho y por lo que siguen haciendo. Quizás a Yáñez le tranquilice pensar en Colombia o en Arabia Saudí. A nosotros nos tranquiliza pensar en Cuba, esa isla donde incluso los límites, los problemas, los errores de la revolución señalan inflexiblemente, desde hace 51 años, la posibilidad histórica de una superación del capitalismo y de una alternativa a la barbarie.

Santiago Alba Rico es escritor

Carlos Fernández Liria es profesor de Filosofía (UCM)

Belén Gopegui es escritora

Pascual Serrano es periodista

lunes, 25 de enero de 2010

Duele Haití

Tras un período vacacional demasiado largo, retomo la actividad del blog para seguir poniendo el grito en el cielo por tantas y tantas injusticias que se cometen en este mundo que nos ha tocado vivir.

Quisiera dedicar este primer comentario del 2010 al pueblo de Haití que, una vez más, ha tenido que padecer en sus carnes otra nueva desgracia. En este caso "natural". El natural va entre comillas porque no sólo corren rumores por internet acerca de si el terremoto de Haití fue provocado por los EEUU en unas de sus múltiples operaciones encubiertas sino que, también, cabe cuestionarse qué tan natural es que muera tantísima gente en un terremoto que, de haberse producido en otro país, tal vez hubiera dejado menor saldo de muertos. Son reflexiones al aire...

Luego está el trato de los medios a la situación. Aquí tenemos el mejor ejemplo de cómo los prejuicios occidentalocéntricos y racistas de muchos periodistas afloran a la hora de realizar sus análisis sobre la situación en Haití. Como han apuntado muchos analistas de criterio más amplio, este enfoque del post-terremoto según el cual los haitianos son un pueblo semi-salvaje que no es capaz siquiera de organizarse para recibir la comida de los organismos internacionales, sería una burda estrategia para justificar la llegada de miles de militares estadounidenses a poner orden. Un envío masivo de tropas que esconde unas intenciones todavía no claras. Bastante sospechoso es que se envíen tantos militares que, como han comentado algunos periodistas sobre el terreno, no se dedican tanto a labores humanitarias como a una supuesta "preservación del orden". Y ya sabemos que "preservar el orden" para el imperialismo es equivalente a conducir la situación en beneficio de sus intereses. "¿Cuál interés?" -dirán algunos- "Si Haití es un país devastado que poco tiene que ofrecer a los EEUU". Craso error. Sólo por su ubicación geopolítica al lado de Cuba y muy cerca de Venezuela, ya sería un motivo suficiente para convertirla una joya codiciada. Pero, más allá del presente, está el pasado del país, plagado de intervenciones imperialistas camufladas bajo la cuestionable bandera del "humanitarismo".

Repugna ver, por otra parte, la comercialización del dolor ajeno que ha propiciado esta catástrofe, igual que otras. Todos los medios y hasta empresas privadas que ahora se llenan la boca mostrando su gran solidaridad con el pueblo haitiano, son los mismos que hace un mes no sabían siquiera dónde se encontraba Haití, ni les preocupaba. Y, por supuesto, no sentían ni un ápice de empatía por la miseria en la que vivía (y seguirá viviendo, al menos a medio plazo) su pueblo. Tampoco se preguntaron nunca por qué Haití estaba como estaba ni quién la había gobernado en las décadas precedentes. Nunca oyeron hablar, ni les importó, de la dictadura hereditaria de Papa Doc y sus "tontons macoutes" que sembraron el terror por doquier y se cebaron especialmente en la gente de bien que quería cambiar Haití para convertirlo en un lugar más justo. Mucho menos se cuestionaron por qué sus gobiernos, incluído el Papa Juan Pablo II, apoyaron a un sátrapa, asesino y corrupto de la peor calaña como él.

Antes Haití no existía en el mapa. Ahora sí, al menos durante unos cuantos días. Mientras dure el morbo de las imágenes escabrosas y los países occidentales puedan ir a demostrar su buen corazón para con el pobre pueblo haitiano, Haití seguirá siendo noticia. Al calor de la noticia, los niños negritos haitianos que sacan de las ruinas generan en los corazones bienintencionados de las familias europeas la necesidad de adoptarlos. Pero cuando estos niños crezcan y, quién sabe, tal vez se les ocurra llegar de manera ilegal al Viejo Continente, serán recibidos con la patada en el trasero de rigor que corresponde a su negro y paupérrimo origen.

Por eso, me niego a encauzar mi solidaridad con el pueblo haitiano a través de las cuentas que los bancos y las empresas han abierto para ello. Por eso, nuestra mejor solidaridad con Haití es denunciar cómo las distintas potencias han jugado con su historia. Y ejercer ese internacionalismo proletario que conecta con las mejores y más auténticas tradiciones de la clases obrera, existente mucho antes de que los poderes fácticos se inventaran un trasunto de caridad cristiana dirigido a calmar nuestras conciencias y a canalizar nuestros buenos sentimientos mientras ellos se lucran con nuestra ayuda.

Dejo unos cuantos artículos que van en este sentido:

Eduardo Galeano: La maldición blanca, en "Rebelión" del 5 de abril de 2004

Guillermo Fernández Ampié: Haití, desastre natural sobre la infamia de la historia, en "La Jornada" del 17 de enero de 2010