lunes, 25 de enero de 2010

Duele Haití

Tras un período vacacional demasiado largo, retomo la actividad del blog para seguir poniendo el grito en el cielo por tantas y tantas injusticias que se cometen en este mundo que nos ha tocado vivir.

Quisiera dedicar este primer comentario del 2010 al pueblo de Haití que, una vez más, ha tenido que padecer en sus carnes otra nueva desgracia. En este caso "natural". El natural va entre comillas porque no sólo corren rumores por internet acerca de si el terremoto de Haití fue provocado por los EEUU en unas de sus múltiples operaciones encubiertas sino que, también, cabe cuestionarse qué tan natural es que muera tantísima gente en un terremoto que, de haberse producido en otro país, tal vez hubiera dejado menor saldo de muertos. Son reflexiones al aire...

Luego está el trato de los medios a la situación. Aquí tenemos el mejor ejemplo de cómo los prejuicios occidentalocéntricos y racistas de muchos periodistas afloran a la hora de realizar sus análisis sobre la situación en Haití. Como han apuntado muchos analistas de criterio más amplio, este enfoque del post-terremoto según el cual los haitianos son un pueblo semi-salvaje que no es capaz siquiera de organizarse para recibir la comida de los organismos internacionales, sería una burda estrategia para justificar la llegada de miles de militares estadounidenses a poner orden. Un envío masivo de tropas que esconde unas intenciones todavía no claras. Bastante sospechoso es que se envíen tantos militares que, como han comentado algunos periodistas sobre el terreno, no se dedican tanto a labores humanitarias como a una supuesta "preservación del orden". Y ya sabemos que "preservar el orden" para el imperialismo es equivalente a conducir la situación en beneficio de sus intereses. "¿Cuál interés?" -dirán algunos- "Si Haití es un país devastado que poco tiene que ofrecer a los EEUU". Craso error. Sólo por su ubicación geopolítica al lado de Cuba y muy cerca de Venezuela, ya sería un motivo suficiente para convertirla una joya codiciada. Pero, más allá del presente, está el pasado del país, plagado de intervenciones imperialistas camufladas bajo la cuestionable bandera del "humanitarismo".

Repugna ver, por otra parte, la comercialización del dolor ajeno que ha propiciado esta catástrofe, igual que otras. Todos los medios y hasta empresas privadas que ahora se llenan la boca mostrando su gran solidaridad con el pueblo haitiano, son los mismos que hace un mes no sabían siquiera dónde se encontraba Haití, ni les preocupaba. Y, por supuesto, no sentían ni un ápice de empatía por la miseria en la que vivía (y seguirá viviendo, al menos a medio plazo) su pueblo. Tampoco se preguntaron nunca por qué Haití estaba como estaba ni quién la había gobernado en las décadas precedentes. Nunca oyeron hablar, ni les importó, de la dictadura hereditaria de Papa Doc y sus "tontons macoutes" que sembraron el terror por doquier y se cebaron especialmente en la gente de bien que quería cambiar Haití para convertirlo en un lugar más justo. Mucho menos se cuestionaron por qué sus gobiernos, incluído el Papa Juan Pablo II, apoyaron a un sátrapa, asesino y corrupto de la peor calaña como él.

Antes Haití no existía en el mapa. Ahora sí, al menos durante unos cuantos días. Mientras dure el morbo de las imágenes escabrosas y los países occidentales puedan ir a demostrar su buen corazón para con el pobre pueblo haitiano, Haití seguirá siendo noticia. Al calor de la noticia, los niños negritos haitianos que sacan de las ruinas generan en los corazones bienintencionados de las familias europeas la necesidad de adoptarlos. Pero cuando estos niños crezcan y, quién sabe, tal vez se les ocurra llegar de manera ilegal al Viejo Continente, serán recibidos con la patada en el trasero de rigor que corresponde a su negro y paupérrimo origen.

Por eso, me niego a encauzar mi solidaridad con el pueblo haitiano a través de las cuentas que los bancos y las empresas han abierto para ello. Por eso, nuestra mejor solidaridad con Haití es denunciar cómo las distintas potencias han jugado con su historia. Y ejercer ese internacionalismo proletario que conecta con las mejores y más auténticas tradiciones de la clases obrera, existente mucho antes de que los poderes fácticos se inventaran un trasunto de caridad cristiana dirigido a calmar nuestras conciencias y a canalizar nuestros buenos sentimientos mientras ellos se lucran con nuestra ayuda.

Dejo unos cuantos artículos que van en este sentido:

Eduardo Galeano: La maldición blanca, en "Rebelión" del 5 de abril de 2004

Guillermo Fernández Ampié: Haití, desastre natural sobre la infamia de la historia, en "La Jornada" del 17 de enero de 2010

2 comentarios:

Leonardo Martin Dirazar dijo...

Empatia total de pensamientos, todas estas cuestiones que haz ido enumerando sobre esta catástrofe humana, rondaron por mi cabeza al leer sobre lo que ocurria pero al no tener capacidad de escritura no las pude plasmar como vos lo hiciste.
tal vez falta señalar(a modo de ejemplo)la contradiccion de las tropas americanas al tirar alimentos desde el aire, cuando habian sido advertidos por la ONU que este proceder generaba violencia, tal vez la violencia que debia justificar su presencia !!

Poretski dijo...

Gracias Leonardo por tu comentario y perdón por no responderte antes. Lo cierto es que el terremoto en Chile sirve de dramática comparación con el de Haití. No he visto en ningún lugar que a los chilenos los hayan tratado como a los haitianos. ¿Será porque los haitianos son negros y su isla ha sido considerada por EEUU como parte de su extensión geográfica natural? ¿Tendrá algo que ver que Chile sea uno de los aliados neoliberales -y ahora con Piñera todavía más- preferidos de EEUU? Qué dobles raseros más evidentes ¿verdad?